
Una sorpresa.
Un descubrimiento …
En un pequeño local, embutido entre casas unifamiliares del pueblo. La Taberna del Mar. Un restaurante pequeño. Abrió sus puertas hace unos años. La publicidad entre amigos lo ha hecho famoso. Mobiliario sencillo, capacidad para 30 comensales muy juntitos, en un mismo turno. En verano hay unas 10 mesas más en la calle. Vigas de madera en el techo.
Parece una tasca de antaño. Adornos en las paredes del mundo de la mar, caras de marinero, caras de lobos de mar, bergantines, cuadros, fotos, redes colgando del techo. La gorra del capitán, flotadores para no ahogarse durante la tempestad. Estas paredes huelen a aventuras. Estas paredes huelen a piratas. Un secreto. Sus cazuelas, su tesoro.
De aperitivo tellinas, impresionantes, tomates, partidos por su mitad, con pericana por encima, deliciosos, boquerones fritos, tan frescos que nos los comemos enteros de la cabeza a la cola, sin dejar rastro; arroz con bacalao, un arroz caldoso, con tropezones de bacalao, con trozos de patata, sublime, repetimos dos veces. Vino blanco, de Ribera del Duero, bien frío.
Muchas veces no hace falta acudir a fogones de lujo para disfrutar de excelentes recetas. Lugares como La Taberna del Mar, donde trabaja toda la familia. Donde entre ellos se hace escuela. Donde se cocina con cariño y sin prisas. Estos lugares donde manda lo que sale de los fogones, no los adornos. Estos rincones quedan pocos.
Por eso, no se lo contéis a nadie.